INTRAVAGARIO… LA HISTORIA DEL PANCHO HUEVERO, DE LA JESÚS GARCÍA, DE HERMOSILLO

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Por Sergio García

Eras el personaje, de los trajines de tu pueblo

Eras para la gracia, eras un viejo, eras negro…

Con esa frase de Silvio Rodríguez y su Papalote siempre recuerdo a Pancho Huevero, que era un tipo alto, fornido, atlético, musculoso, negro entre los negros, de andar erguido, siempre limpio y digno… Pero era pobre, muy pobre, y muy borracho.

Bajaba del barrio, de mi barrio, la Jesús García, por una calle, la Juan José Aguirre, de ligera pendiente, por la avenida Garmendia, hasta llegar al periférico, justo de frente a La Arboleda Bar.

Varios días a la semana iba y venía, limpio, bañadito, zapatos bostonianos bien lustrados, pantalón viejo, y una filipina blanca. En su cabeza un casco blanco, indicios de que seguramente cumplía con las reglas de salud vigentes de la época, ya que vendía huevos cocidos, con una salsa que llevaba ¡en un biberón!, siempre de cantina en cantina de Hermosillo.

Nunca supimos su nombre, ni su edad, ni su genealogía… Realmente a nadie le importaba.

Con sus pasos largos, pero pausados, su casco metido hasta casi los ojos, su mirada siempre en alto, sin voltear a ver a nadie. La olla de peltre con huevos cocidos la sostenía con el antebrazo, como si fuera una canasta.

Igual se le miraba por el Bar La Arboleda, de Tolino Fontes, que quedaba justo a tres cuadras de su casa, por el periférico, hoy convertido en table dance.

O igual el Pancho se iba al centro a recorrer cantinas de mala muerte, como El Gato Negro, El Quince Letras, el Club Obregón, y en otros barrios como El Colorado, el Camino Real, entre otros tugurios como los de la Tijuanita, alrededor del Jardín Juárez…

Y sin olvidar, claro, el Pluma Blanca, que era una cantina de mala muerte, de borrachísimos de la vieja escuela, por donde se podía ver igual al Ismael Mercado y a los poetas malditos… Hoy esta cantina sigue siendo de mala muerte, pero llena de estudiantes y maestros de la cercana Universidad de Sonora.

No sé quiénes eran sus clientes, pero Pancho vendía todos sus huevos.

Cuenta la leyenda que un día Pancho estaba vendiendo sus huevos cocidos en la Arboleda Bar cuando un cliente, borracho, le dijo… “Está tapada esta chingadera”, refiriéndose al biberón de bebé que contenía la salsa de chile piquín, imagino que con agua y sal… Receta secreta de la casa… El caso es que Pancho le quitó el biberón, lo chupó, y ¡Oh arte de magia!, el biberón se destapó… “¡Ahi’stá listo!”, dijo Pancho, sin inmutarse… Y la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido…

La gente te chiflaba

cuando en la tarde subías borracho,

tu les tirabas piedras

y maldiciones a tus muchachos.

Otra leyenda de Pancho, y esta se la escuché a mi hermano Miguel Ángel, alias Wana Matanga, porque es negro y pelo chino, como recién sacado de los desiertos de Etiopía.

El caso es que, corrían los inicios de los 80,s, sexenio que gobernó Samuel Ocaña García, el médico de Arivechi. Y dicen que Pancho contaba en las cantinas o con quien lo escuchaba: “Samuel Ocaña García, estuvo conmigo en el Colegio Cruz Gálvez… ¡Ahora cuando lo veo, ni me saluda, el pxto..!”… Cosa que me sorprendía, y más cuando me enteré, que efectivamente Don Samuel, siendo niño humilde, estudió en el Colegio Cruz Gálvez, aprendiendo algo de Artes y Oficios.

Seguro el Gobernador nunca lo vio realmente al Pancho, pues, siendo un tipo tan campechano, al menos le hubiera echado una mano.

Y así Pancho, después de vender sus huevos con chile, terminaba igual de borracho que sus clientes. Y subía trastabillando la lomita, por la calle de tierra, que después pavimentaron, hasta llegar a su casa.

Se dice que Pancho fue boxeador, y se conservaba atlético, fuerte. Y cuando subía, los niños, y algunos adultos, le gritábamos: “¡Pancho, la concha!”… Y sin dejar de caminar y sin mirar quien le hablaba, flexionaba sus brazos, mostrando la musculatura de sus brazos… A veces le pedían un peso y se los daba, sin siquiera mirar…

Peeero cuando iba tomado de más, o de mal humor, agarraba piedras, ladrillos o lo que tuviera a la mano y las lanzaba contra los niños, sin mediar consecuencias.

Aún tengo en mi mente como dos niñas de 5 y 3 años, más o menos, corrían por la calle, mientas los ladrillazos de Pancho rebotaban a sus lados. A punto de una desgracia.

Aún así, los demás le gritábamos. No recuerdo si como burla o simple festejo… Yo por mi parte sí me asustaba.

Llevabas en el puño

Aquel dinero de la tristeza

Dinero de aguardiente

Del sol de Cuba, de la cerveza

Y así subía Pancho hasta llegar a su casa, que para mí encerraba misterios. Era de cartón, rodeada de quelites, zacate, hierbas, un árbol del fuego, que me llenaban de curiosidad. Parecía abandonada. Yo me preguntaba cómo vivía Pancho. Qué muebles tenía, cómo cocinaba…

No he podido averiguar más, pero hace ya unos 35 años Pancho murió. Lo encontraron muerto en su casita misteriosa. Nadie le lloró, nadie lo sufrió. Pero el barrio ya no fue el mismo.

Una noche el respeto

Bajó y te puso bella corona

Respeto de mortales

Que muerto al fin te hizo persona

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