El corrido de Roberto Salazar, el marino estadounidense que traficaba fentanilo

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El corrido de Roberto Salazar, el marino estadounidense que traficaba fentanilo

El narcotraficante, sentenciado a 12 años de prisión, contactó a un compositor mexicano para que escribiera una canción sobre su doble vida

El marino estadounidense Roberto Salazar, sentenciado por narcotráfico, con su hija.

ELÍAS CAMHAJI/EL PAÍS MÉXICO.- “Quería estudiar y me convertí en soldado, pero preferí la vida fácil”. Eso era lo que quería Roberto Salazar que dijera la canción que había mandado a componer. El joven estadounidense de 26 años intercambiaba mensajes de texto con un compositor mexicano para compartir sus ideas y pulir las letras. Quería un testimonio de su doble vida: marino en activo y traficante de cocaína, metanfetaminas y fentanilo. Y quería que fuera un corrido, un género musical, mitad música y mitad leyenda contada, que suele asociarse con el narco. Todo cambió el 7 de febrero de 2022, cuando Salazar fue detenido y todo el contenido de su teléfono quedó al descubierto. La melodía sobre su vida no salió a la luz hasta el viernes de la semana pasada, en boca de un fiscal y minutos antes de recibir su sentencia en una corte de California. Fue condenado a 12 años de cárcel por narcotráfico.

Al momento de su arresto, Salazar ya llevaba siete años traficando drogas y seis como miembro activo de la Marina de Estados Unidos. Su madre recuerda que era un niño muy tímido y enfermizo. Con tan solo 18 meses tuvo que ingresar en cuidados intensivos a causa de un “extraño virus” y a los cuatro años tuvo que someterse a una operación de anginas. En la escuela, sin embargo, floreció. Era un buen estudiante, deportista y sociable. “Cuando tenía 10 años, todo cambió en nuestra familia”, aseguró Carmen Salazar, en una carta dirigida a la corte. Su padre fue deportado a México y los Salazar se mudaron a Tijuana para empezar de cero.

“Para mi hijo todo era como una aventura. Siempre veía el lado positivo sin importar qué tan mala fuera la situación”, defendió su madre. A partir de la adolescencia, las versiones sobre la vida de Salazar se bifurcan. Su familia contó que era un joven que hizo lo mejor que pudo dadas las circunstancias: aprendió él solo a tocar la batería, se unió a un grupo musical de una iglesia evangélica y dedicaba buena parte de su tiempo al trabajo comunitario, dando comida a las personas sin hogar y recaudando limosnas para su templo. En otras partes del expediente judicial, en cambio, se reseña que vivió varias dificultades en su entorno, marcadas por las adicciones de su padre, necesidades económicas y viajes constantes a uno y otro lado de la frontera. Aun siendo un adolescente y alentado por su padre, Salazar se involucró en el tráfico de migrantes y de drogas.

En 2015, cuando tenía unos 17 o 18 años, Salazar reclutó a S.I., uno de sus compañeros en el Southwestern Comunity College de Chula Vista, para contrabandear drogas ocultas en coches y repartirlas en distintos puntos de California. Por instrucciones de su padre, Salazar pagaba a su amigo 2.000 dólares por cada cargamento que cruzara la frontera. S.I. siguió así durante meses. Escondía kilos de cocaína y metanfetaminas en los vehículos con que entregaban los narcóticos en la zona de Los Ángeles. Un año más tarde, su padre volvió a ser deportado a México y Salazar se unió a la Marina. “De ahí en adelante, el acusado siguió participando en actividades de narcotráfico, reclutando, administrando y pagando a múltiples repartidores de drogas”, se lee en el sumario.

Para este punto, sus métodos se sofisticaron. Los repartidores se reunían en un taller mecánico, recogían los coches donde se ocultaba la droga y la entregaban en California y Nevada. Las órdenes se daban en mensajes encriptados y los pagos se concretaban en aplicaciones digitales para evitar ser descubiertos. Cuando nadie más podía mover los paquetes, lo hacía él mismo.

A principios de 2017, su hermana mayor enfermó gravemente y murió. Ella, que también se enlistó en la Marina, quería que Salazar tuviera un camino recto y él decidió subir rangos para honrar su memoria. Elaine Mora, una amiga de la iglesia, apuntó que el padre del acusado se hizo adicto y tuvo problemas con la justicia después de pasar también por el servicio militar. La disciplina naval y los negocios ilegales, dos mundos aparentemente incompatibles, lo marcaron y definieron el rumbo de su vida. Llegó a convertirse en operador de radio y trabajó en una base de la ciudad fronteriza de San Diego, pero para la Fiscalía era solo una fachada para encubrir su negocio.

Ese mismo año fue padre de una niña y, después de varios problemas con la madre de su hija, obtuvo la custodia cuando ella cumplió dos años. “La peinaba, la vestía, la alimentaba, la recogía de la guardería y la arropaba antes de irse a la cama todos los días. Me sorprendió lo buen padre que era”, dijo su madre en un escrito. Su abogado declaró que él había intentado dejar el negocio de las drogas, pero que su sueldo como marino no era suficiente para hacerse cargo de su hija.

El marino Roberto Salazar y su hija.

En paralelo, Salazar armó su propio equipo de trabajo y reclutó, incluso, a dos exmarinos en 2021. A. U., uno de sus compañeros en la Marina, condujo al menos cinco veces un BMW azul con varios kilos de droga. En el taller se ocultaban los narcóticos y se ponían placas falsas para evadir los controles de las garitas migratorias. J. R., que también pasó por el cuerpo naval, traficaba las sustancias en un BMW blanco, bajo el mismo modus operandi. Pero a los pocos meses sus colaboradores fueron descubiertos, uno a uno. A esas alturas, ya movían miles de dosis de fentanilo en el sur de Estados Unidos, pero sus hombres habían corrido varios riesgos: abandonando la droga en supermercados y otros sitios públicos, y escapando por los pelos de ser detenidos o a veces siendo atrapados.

Padre, hombre de iglesia, marino y narcotraficante, fue en el verano de 2020 cuando contactó al compositor en México. La tradición de los corridos se remonta a décadas en México y narran historias épicas, de héroes y villanos. Son una especie de historia oral que van de los hechos cotidianos hasta los más extraordinarios. Tras el estallido de la guerra contra el narco en México, a mediados de la década de los 2000, los narcocorridos ganaron popularidad, pese a la censura y a las críticas de hacer apología del crimen. Capos famosos se convirtieron en los protagonistas de canciones que se volvieron éxitos, incluso pagando muchas veces por aparecer en ellos.

Sin embargo, varios artistas han reivindicado esa herencia musical y han empujado para no criminalizar el género. “Lo que narran los corridos es consecuencia de lo que se vive en México y no al revés”, explicaba en entrevista Oswaldo Walo Silvas, vocalista de la Banda MS, una de las agrupaciones más famosas del país y que grabó un corrido para la conocida franquicia de videojuegos Call of Duty el año pasado. Silvas afirmaba que un buen corrido debe tener tres elementos: una melodía pegajosa, una buena armonía y una letra que refleje una historia real, contada desde un punto de vista imparcial. “Un corrido es una noticia”, comentaba. La canción de la Banda MS, por ejemplo, se basaba en la historia ficticia de un agente mexicano de un grupo de élite que combatía al crimen.

En el caso de Salazar, él quería que, entre todas las facetas de su vida, su corrido se centrara en su carrera como infante de la Marina, según el diario Los Angeles Times, aunque la Fiscalía dijo también que las letras abarcaban sus actividades como narcotraficante. La versión completa de la canción no llegó al sumario judicial. Tampoco se divulgó la identidad del músico involucrado.

A finales de 2022, ocho meses después de su detención, Salazar se declaró culpable, después de que dos de sus colaboradores más cercanos firmaran también un acuerdo de culpabilidad. Sus conocidos tenían la esperanza de que le dieran una segunda oportunidad y pidieron clemencia para que pudiera seguir con los cuidados a su hija. Pero los delitos que confesó eran graves y acarreaban una estancia en la cárcel de 10 años a cadena perpetua y una multa máxima de 10 millones de dólares. Al final, la condena fue de 12 años y una sanción económica de 200 dólares.

Su familia aseguró que estaba genuinamente arrepentido, pero las autoridades vieron sus acciones como una ofensa que no podían dejar pasar. “Salazar traicionó su juramento a la Marina y fueron una amenaza significativa para nuestra seguridad nacional”, se lee en el comunicado del Departamento de Justicia. “Se escondió en los rangos de nuestras prestigiosas Fuerzas Armadas”, se agrega en otra parte del documento.

En medio de una nueva cruzada contra las drogas, las autoridades estadounidenses no dieron a conocer si el marino colaboraba con un cartel o una organización criminal más grande para vender el fentanilo, una droga que se cobra decenas de miles de vidas por sobredosis cada año en Estados Unidos y que ha tensado las relaciones con México. En 2014, nueve personas fueron condenadas por el tráfico de esa droga sintética. Para 2021 fueron 1.533 sentenciados y más de un 86% contaba con la ciudadanía estadounidense, según cifras oficiales. ”Me equivoqué”, dijo Salazar antes de que la jueza dictara sentencia.

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