La pila de huesos de dinosaurio derruidos estuvo guardada en un cajón en el Museo del Desierto en Saltillo, México, durante veinte años.
“Cuando los ves ahí arrumbados en el cajón de un museo, no parecen gran cosa”, admitió Nick Longrich, paleontólogo de la Universidad de Bath en Inglaterra. “Parecen un montón de escombros”.
Pero la terrible condición de los huesos, descubiertos en el año 2000 en el desierto chihuahuense del norte de México, ocultaba un secreto: estos pertenecían a un pariente cercano del Tyrannosaurus rex. A diferencia de su primo corpulento, este animal tenía patas largas, una constitución ligera, ojos grandes (que quizá le ayudaban a cazar con poca luz) y un hocico pesado para acabar con presas indefensas.
Es apenas la segunda especie de tiranosaurio que se ha encontrado en México. La especie recibió el nombre de Labocania aguillonae como homenaje a Martha Carolina Aguillón, la paleontóloga local que la descubrió. El miércoles, Longrich y Héctor Rivera-Sylva del Museo del Desierto describieron la especie en una publicación de la revista MDPI Fossil Studies e indicaron que es evidencia clave de una tribu de tiranosaurios del sur distintos a los especímenes del norte.
Hace unos setenta u ochenta millones de años, el oeste de América del Norte era el hogar de varias especies de tiranosaurio. La mayoría —animales como el Albertosaurus, el Daspletosaurus y el que finalmente se convertiría en el emperador del continente, el Tyrannosaurus rex— es conocida gracias a especímenes hallados en las Grandes Llanuras o en Canadá.
Sin embargo, en las últimas dos décadas se ha descubierto un puñado de especies de tiranosaurio en Utah y Nuevo México, dijo Longrich.
El registro de fósiles de los tiranosaurios mexicano está bastante incompleto. La primera especie conocida —la enigmática Labocania anómala— solo se conoce por los huesos de mandíbula que se hallaron en Baja California. Pero el espécimen de Coahuila que se describe en el nuevo estudio incluye partes del cráneo, la columna vertebral, las caderas y las extremidades, lo cual le da “una importancia particular para la región”, señaló Rivera.
El análisis del equipo plantea el argumento de que la nueva especie y otros tiranosaurios del sur pertenecen a un grupo conocido como Teratophonii. Este linaje de constitución ligera era más cercano al Tyrannosaurus rex que los animales del norte como el Albertosaurus.
“No tenemos el esqueleto completo de ninguno de estos animales, pero en los lugares que encontramos coincidencias, notamos que sí se parecen”, sostuvo Longrich. “Tienen cráneos característicos y también anatomía y extremidades peculiares. No son iguales a los otros tiranosaurios”.
La presencia de la especie Labocania en México sugiere que —al menos antes de la llegada del T. rex— hubo una mayor diversidad de tiranosaurios en América del Norte durante el periodo Cretácico tardío de lo que asumían los investigadores.
Pese a su tamaño enorme, al parecer los tiranosaurios tuvieron una distribución geográfica pequeña, pues había de cinco a diez especies distintas en diferentes partes del continente, explicó Longrich. Este nivel de diversidad es notable porque los depredadores mamíferos como los leones, lobos, leopardos y guepardos alguna vez tuvieron una distribución amplia y diversa. “Nos estamos enterando de que estos tiranosaurios no se ajustan a eso en realidad”, indicó Longrich.
Sin embargo, algunos paleontólogos no están seguros de que haya partes suficientes de los fósiles de la Labocania para hacer comparaciones confiables con otros tiranosaurios.
Thomas Holtz, paleontólogo de la Universidad de Maryland que no participó en el estudio, comentó que, aunque vale la pena considerar la hipótesis, “la naturaleza tan fragmentaria de ambas especies de Labocania implica que el fundamento de esta conclusión taxonómica no es muy sólido”.
Thomas Carr, paleontólogo del Carthage College que tampoco participó en el estudio, compartió su preocupación por sacar conclusiones de material tan fragmentado. También señaló que las conclusiones del equipo se basan en un modelo de datos obsoleto para comparar los tiranosaurios del norte con los del sur.
Labocania llega en pleno debate sobre si América del Norte durante el Cretácico estuvo llena de linajes de dinosaurios distintos y limitados geográficamente, o si esa distinción aparente es una ilusión creada por el registro incompleto de fósiles (o por desacuerdos entre paleontólogos sobre qué restos cuentan como una especie independiente).
Rivera respondió que los investigadores en general están de acuerdo en que los dinosaurios herbívoros que se han hallado en excavaciones mexicanas de fósiles son muy diferentes a los que se han encontrado más al norte. Y explicó que es razonable asumir que, conforme la vegetación y el clima cambian y se aproximan al ecuador, las especies animales cambian en consecuencia.
Pero ahora que más paleontólogos centran su atención en las rocas del Cretácico en México, nuevas muestras pueden aclarar este problema.
“México es uno de los puntos ciegos más significativos que tenemos sobre la diversidad y la evolución de los tiranosaurios en el Cretácico tardío”, comentó Carr. “Así que cualquier estudio nuevo sobre los fósiles de esa región es bienvenido”.
“Hay mucho más ahí de lo que imaginamos, y mucho más por ser descubierto”, dijo Longrich.