Todos los sábados antes del amanecer, Diane Noonan Pothast, de 55 años, llega a la oficina de Humane Borders en Tucson, Arizona, para cargar suministros en un camión equipado con 300 galones de agua, generadores y mangueras. Forma parte de una red de voluntarios que trabajan para evitar muertes en el desierto, donde muchos solicitantes de asilo y viajeros migrantes han perdido la vida.
El viaje desde la oficina hasta el centro de refugio improvisado en el muro, toma alrededor de dos horas. Una de esas horas se pasa en un trayecto accidentado de 32 kilómetros junto a la frontera. El terreno es accidentado, con colinas empinadas de un solo sentido. Humane Borders ha capacitado a Noonan y a otros conductores voluntarios para estas difíciles condiciones.
Humane Borders es una de las varias organizaciones de Arizona que prestan este tipo de ayuda. Se fundó en el verano de 2000 para salvar vidas del brutal calor estival. Los voluntarios ayudan a mantener los barriles de agua y, durante las bajadas de agua, van de excursión a zonas alejadas del muro para colocar los galones por donde se sabe que pasan los migrantes.
“Y siempre me vengo abajo. Llevo mucho tiempo haciendo esto, pero nunca jamás dejaré de derrumbarme por ello”, dijo Noonan mientras reflexionaba sobre las cosas que han presenciado en la frontera.