Por Sergio García
Hoy fueron las exequias de doña Gilda Esquer de Loureiro. Mucha gente honró la memoria de una mujer que entregó su vida por los migrantes, esos que tanto despreciamos y que tanto decimos defender, pero de los dientes para afuera.
Doña Gilda, Don Francisco y su familia han dado todo por los migrantes. Don Francisco murió de Covid pues en medio de la pandemia nunca cerraron el albergue. Aún recuerdo la Navidad en medio de la pandemia. Me armé de valor y los acompañé el 24 de diciembre del 2020 por la noche en el Albergue. Sólo por el cariño a Doña Gilda y Don Francisco, y por estar con los migrantes.
Al regresar a la casa me temblaban las piernas, sólo de pensar de que me hubiera contagiado del virus en el Albergue. Recuerdo que hasta me preguntaba: ¿Qué pendejada ando haciendo? No tengo derecho a arriesgar así a la familia… Llegúe a la casa. Me quité la ropa fuera en el patio, me apliqué sanitizante, me bañé… Y no dormí tranquilo por el temor de contagiar a mi familia.
Y pensaba que ese miedo lo vivían todos los días los miembros de la familia Loureiro. Lo mismo se repitió ese 31 de diciembre para la cena de Año Nuevo. El amor al prójimo también se contagia. El amor por los amigos igual, cuando son leales.
Al fin Don Francisco murió por el Covid, que seguramente recibió desde el Albergue. Literalmente sacrificó su vida por los migrantes, ya que fue el único albergue que no cerró sus puertas durante la pandemia.
El Albergue católico de Iniciativa Kino sí cerró sus puertas durante todo ese año o más. Los migrantes no tenían a donde ir, sino al Albergue de San Juan Bosco.
El Mensaje de Año Nuevo, cálido y esperanzador que cada año daba Don Francisco Loureiro, que sacaba inspiración de su alma tan generosa y forjada en el yunque y el martillo de las buenas obras que nadie se atreve a hacer.
Doña Gilda coordinaba la cocina y los servicios. Estaban bien sincronizados. Ella siempre en segundo plano.
Recuerdo que cuando había mariachi, por el aniversario del Albergue, cada 30 de enero, Don Francisco pedía que cantaran Los Mandados. Y levantaba el ánimo de los migrantes mexicanos, de El Salvador, Guatemala o de donde fueran.
Y cuando vino la crisis de los haitianos, fue desde el Albergue de San Juan Bosco que se resolvió, ya con el apoyo de Francisco hijo, quien se ha hecho cargo del Albergue. Tarea pesadísima. Para resolver esa crisis migrante Francisco y un servidor nos comunicamos con Paco Mendívil, el famoso Paco Paco, quien llamó a Hipólito Sedano, el arquitecto Cuauhtémoc Bracho, desde el Ayuntamiento, y entre todos se resolvió un problema que estaba a punto de estallar en la ciudad… Y la ciudad ni se enteró.
Héroes sin capa, santos sin aureola, Don Francisco y Doña Gilda.
Hoy fueron las ceremonias luctuosas y hubo mucha gente en la Catedral para despedir a Doña Gilda. Una Misa, incienso, lágrimas discretas, contenidas. Se fue la madre de Paco, Norma y Gilda. La abuela de todos esos niños y jóvenes, la hermana.
Pero también se fue una amiga personal, y amiga de mis amigas y de mis amigos.
Por fuera del Albergue estaban los migrantes. Tristes, llorosos, derrumbados en el piso, el piso que parece ser su compañero de viaje, pues donde quiera duermen, descansan. Siempre en el piso, lejos de una cama, que el Albergue de San Juan Bosco sí les da.
Pues ahí estaban un puñado de migrantes. Expectantes, respetuosos, por fuera de la Iglesia, y vieron cómo se fue el Ángel que los protegía desde hace 42 años. Pero ellos están seguros que la obra perdurará en los hijos y nietos, para seguir dando pan y cobijo a los migrantes de África, Asia, América o Europa. Tupananchiskama, Hasta volvernos a encontrar Doña Gilda.