Gran parte del maíz transgénico es resistente al glifosato, es decir, esto provoca que se utilice en grandes cantidades, de forma desmedida, en todo el ciclo agrícola, para acabar con las hierbas no deseadas. Este uso intensivo del glifosato ha provocado que este herbicida se encuentre ya, incluso, en la leche materna.
Existe un doble estándar entre las naciones llamadas “desarrolladas” y en “vías de desarrollo”. Desde agroquímicos cancerígenos hasta automóviles sin los sistemas de seguridad adecuados, que están prohibidos en sus países de origen, son enviados a México o producidos por sus empresas dentro de nuestro territorio para ser consumidos aquí. Si queremos hacer algo al respecto mueven todas sus fichas para impedirlo, primero, a través, de las corporaciones y sus asociaciones que cuentan con fuertes aliados en el Gobierno, y si no pueden detener las medidas, entonces vienen las amenazas a través de los tratados comerciales.
Este es el caso de la amenaza de los Estados Unidos contra la decisión de prohibir el uso del glifosato, un herbicida de las empresas Bayer-Monsanto, y de la prohibición de la importación y uso de maíz transgénico, propiedad también de Bayer-Monsanto, en la elaboración de la masa y la tortilla en México.
El doble estándar se da claramente cuando comparamos la posición de las naciones llamadas “desarrolladas”, principalmente europeas y del norte de América, en contra del desarrollo y consumo de su cereal, el trigo, si este fuera transgénico. Hay un rechazo al desarrollo de trigo transgénico, cereal base de la alimentación en esos países. Es claro que no quieren pan elaborado con trigo transgénico, ni pastas, ni ningún otro producto elaborado con trigo transgénico.
En cambio, cuando nosotros nos oponemos a que el maíz transgénico entre en nuestra tortilla, en el cereal base de nuestra alimentación, vienen las amenazas comerciales: no a los transgénicos en su pan, pero sí en nuestra tortilla. Lo mismo ocurre con el glifosato, el herbicida que ha disparado su uso con la siembra de transgénicos resistentes a este producto. Gran parte del maíz transgénico es resistente al glifosato, es decir, esto provoca que se utilice en grandes cantidades, de forma desmedida, en todo el ciclo agrícola, para acabar con las hierbas no deseadas. Este uso intensivo del glifosato ha provocado que este herbicida se encuentre ya, incluso, en la leche materna.
La Organización Mundial de la Salud, realizó un amplio estudio sobre el glifosato y, en 2015 concluyó que el glifosato puede causar cuatro tipos de cáncer: del hígado, del páncreas, del riñón y, principalmente, linfático.
El doble estándar es evidente, también con el glifosato. En Alemania, donde reside la empresa Bayer, que compró a Monsanto, se ratificó la prohibición del uso del glifosato para finales del 2023. Se prohíbe en el país de origen y no se acepta su prohibición en México. Sabemos que las grandes corporaciones sometidas a la lógica bursátil, a mostrar mayores ganancias cada tres meses en la Bolsa de Valores, harán todo lo que les permitan los gobiernos y para ello, por todos los medios, buscan capturar o bloquear las medidas de protección a la salud que puedan afectar sus intereses.
Hace cuatro años, cuando Bayer compró Monsanto, concentrando cada vez más el control del mercado global de semillas y agroquímicos en el mundo, aceptó continuar con la indemnización millonaria de decenas de miles de demandantes afectados por cáncer en Estados Unidos que culpan al glifosato de su enfermedad. Si Bayer-Monsanto no duda de la seguridad del glifosato, ¿por qué indemniza a decenas de miles de personas que acusan a este herbicida de haberles provocado cáncer? ¿No son estas indemnizaciones un reconocimiento tácito de los daños a la salud del glifosato? Algunas referencias científicas sobre los daños del glifosato pueden revisarse en el siguiente sitio del Conacyt: https://n9.cl/8e9mb
El objetivo de las corporaciones con la introducción de los transgénicos, como lo narró un facilitador contratado por Monsanto para trabajar con sus directivos la visión a largo plazo de la corporación, es controlar las semillas en el mundo y los agroquímicos que tienen que ser utilizados para su siembra.
El tema del maíz transgénico en México, centro de origen de este cultivo, ha sido de enorme preocupación desde hace varios años. Por ello, la Comisión de Cooperación Ambiental de América del Norte, creada a partir del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, encargó a un amplio grupo de expertos el informe Maíz y biodiversidad: efectos del maíz transgénico en México, que incluyó un intenso proceso de consultas públicas y que fue publicado en 2004. Este estudio, que fue coordinado por el doctor José Sarukhan, el ecólogo más reconocido de nuestro país, concluyó que debería mantenerse la prohibición de la siembra de maíz transgénico en México, entre muchas otras recomendaciones para proteger al maíz, su diversidad y la cultura alrededor de este grano en nuestro país.
En esas consultas públicas hicimos la pregunta de si podría repetirse el escenario en México de lo que estaba ocurriendo en Canadá y Estados Unidos: ejércitos de abogados de las corporaciones estaban demandando a pequeños agricultores que tenían semillas obtenidas de sus cultivos que presentaban el gen transgénico propiedad de esas corporaciones. Sin importar que el gen se haya pasado por polinización cruzada de un cultivo de transgénicos de un vecino a otro que realiza la siembra de una semilla tradicional, los abogados demandaban a los agricultores que fueron contaminados. En el caso del maíz, la polinización cruzada se puede dar a cientos de metros de distancia. Quedaba claro que de introducirse el maíz transgénico en México se daría la contaminación de la enorme riqueza de variedades criollas convirtiendo a los campesinos de nuestro país en víctimas de estas demandas, desconociéndose los cambios que estos genes transgénicos podrían provocar en las variedades criollas que son el resultado de nueve mil años de agricultura.
El objetivo de las corporaciones, como lo envisionaban los directivos de Monsanto, es impedir que los agricultores en todo el mundo puedan seleccionar, guardar e intercambiar sus semillas. Su sueño es que tengan que comprar sus semillas y todos los insumos necesarios para su siembra a esta corporación.
Ese es el objetivo final y, en su logro, no importa el daño a la salud y al medio ambiente, es solamente una parte para lograr el control corporativo de la vida que inicia al patentar desde genes hasta nuevas formas de vida. Se dirá que en este momento la amenaza comercial de Estados Unidos contra México no es por la prohibición de la siembra de maíz transgénico, es porque por decreto presidencial se prohíbe el uso de maíz transgénico en la elaboración de la tortilla y la harina de maíz, y se prohíbe la importación y uso del glifosato. Sin embargo, detrás de las demandas que existen desde hace años contra la prohibición de la siembra del maíz transgénico, del cabildeo en EUA contra las prohibiciones a la importación a México de maíz amarillo transgénico para la elaboración de tortillas y de harina de maíz, del cabildeo contra la prohibición a las importaciones del glifosato, están las corporaciones lideradas por Bayer-Monsanto.
¿Por qué no han introducido el trigo transgénico en el mercado estadounidense? ¿Por qué los del norte no quieren transgénicos en su pan y quieren que tengamos transgénicos en nuestra tortilla? ¿Por qué prohíben el glifosato en Alemania donde reside la empresa Bayer-Monsanto y quieren que en México mantengamos su uso?
Desde hace años se ha levantado la demanda internacional para que se prohíba a las corporaciones hacer en un país extranjero lo que no hacen en su país de origen. Sin embargo, las naciones donde estas grandes corporaciones tienen su origen, se han aliado a ellas, para impedir que esta demanda se vuelva una realidad.
Lo que ocurre, lo que ocurra, dependerá de que nos dejemos. Que permitamos que sus agentes aliados en México, como el Consejo Nacional Agropecuario, impongan sus intereses sobre la salud, la economía, el medio ambiente y nuestra cultura alimentaria. Depende de nosotros. (Tomado de Sinembargo.mx)
Alejandro Calvillo
Sociólogo con estudios en filosofía (Universidad de Barcelona) y en medio ambiente y desarrollo sustentable (El Colegio de México). Director de El Poder del Consumidor. Formó parte del grupo fundador de Greenpeace México donde laboró en total 12 años, cinco como director ejecutivo, trabajando temas de contaminación atmosférica y cambio climático. Es miembro de la Comisión de Obesidad de la revista The Lancet. Forma parte del consejo editorial de World Obesity organo de la World Publich Health Nutrition Association. Reconocido por la organización internacional Ashoka como emprendedor social. Ha sido invitado a colaborar con la Organización Panamericana de la Salud dentro del grupo de expertos para la regulación de la publicidad de alimentos y bebidas dirigida a la infancia. Ha participado como ponente en conferencias organizadas por los ministerios de salud de Puerto Rico, El Salvador, Ecuador, Chile, así como por el Congreso de Perú. el foro Internacional EAT, la Obesity Society, entre otros.